El lactante del tercer trimestre
El niño del tercer trimestre es inquieto y curioso, está adquiriendo conciencia de sí mismo, y toda ocasión le es buena para explorar y conocer su cuerpo. Hacia los seis meses todavía no se defiende de los extraños; pero los mira con insistencia y desconfianza, y nota, en las personas que se le aproximan, algo que las hace diferentes de los rostros familiares. Semanas después, en situación semejante, luego de un lapso variable de observación, suele romper en llanto desconsolado: la “angustia de los ocho meses” comienza a hacerse notar. Importa estar avisado de esta posible reacción y evitarla durante el examen. Conviene recurrir a la ayuda de la madre, que no debe alejarse del pequeño, especialmente durante las maniobras semiológicas posturales y el estudio de la prensión.
Manteniendo el niño de seis meses en decúbito dorsal, es capaz de volver su cabeza libremente hacia uno u otro lado. El tronco puede mantenerse con el dorso apoyado contra la camilla, o rotar activamente alineándose con la cabeza.
Las manos le son ya conocidas y no manifiesta especial interés en ellas; ahora son sólo herramientas para diversos menesteres y no objetos interesantes por sí mismos. La curiosidad se centra en los pies. En decúbito dorsal, suelen estar ahí, en lo alto, frente a él, ante su vista, (fig. 52) y no tarda en atraparlos (fig. 53); y como todo lo que atrapa cae en su boca, concentra su voluntad en forzar la elasticidad de músculos y ligamentos para que el ángulo poplíteo, de 150º a esa edad, rinda más y más, hasta que las rodillas se incrusten en los flancos, y los pies, o al menos los dedos gordos, lleguen a la boca y pueden ser succionados (fig. 64).
Con la investigación de los pies, recién descubiertos, termina la primera somera auto exploración del cuerpo: el niño adquiere así suficientes datos para estructurar un esquema corporal elemental y fraccionado.
Investigando las cualidades del tono muscular se comprueba que la consistencia se mantiene firme y la pasividad aumenta notoriamente. Hacia fines de este trimestre, el examinador no debe engañarse considerando como disminución del balanceo la resistencia activa que empieza a oponerse a la movilización. La extensibilidad también ha aumentado: si el niño no lo ha hecho por nosotros llevando sus pies a la boca, hay que medir la abertura del ángulo poplíteo, para comprobar que ha llegado a 150° (fig. 8). Igual aumento presenta el ángulo de los adductores. La maniobra de la bufanda se cumple sin contactar con el cuello el ángulo de flexión del codo.
Normalmente, entre los seis y los nueve meses place al niño la posición sentada, y la ejercita siempre que se lo permiten los mayores; en tal posición es posible realizar gran parte del examen de maduración.
Si se cuenta con la colaboración del pequeño, al tomarlo de las manos para ir sentándolo a partir del decúbito dorsal, es frecuente que él mismo se aferre a los dedos del observador y procure erguirse: todo el cuerpo participa del esfuerzo; tanto los miembros superiores como los inferiores se flexionan fuertemente, y la cabeza se eleva por delante del eje del tronco para facilitar y acelerar la maniobra (figs. 65 y 66). Poco más tarde, a los ocho o nueve meses, busca espontáneamente elementos firmes de qué asirse para lograr sentarse.
Ya sentado, por lo general puede dejarse al niño librado a sus propias fuerzas. A los seis meses, requerirá del doble puntal de sus manos abiertas, apoyadas contra la camilla (fig. 67); es probable que a los siete, sólo recurra a una mano para apuntalarse, ocupando la otra en tareas prensiles, pero reservándosela para las eventualidades que ponen a prueba su equilibrio (fig. 68). A los ocho meses el uso del apoyo manual para mantenerse sentado es sólo ocasional. Trasladado al sitio de apoyo de la mesa a sus muslos logra enderezar la inclinación de la columna vertebral (fig. 69). La columna, que a los seis meses era aún un arco convexo hacia atrás, comienza a diseñar las curvaduras —convexidad dorsal y concavidad lumbar— que se mantendrán en edades ulteriores. Poco después, siempre en el curso del tercer trimestre, el niño puede mantenerse sentado sin apuntalarse con sus miembros superiores. La liberación de las manos del cumplimiento de funciones estáticas, permite al pequeño el manipuleo de utensilios, juguetes, etc. y de partes de su cuerpo que le eran familiares en decúbito dorsal, pero no sentado, con lo que reitera experiencias y afianza conocimientos.
Sentado, como en las demás posiciones, muestra franca curiosidad por sus pies, pero su interés no llega más lejos, y no explora el entorno. Es también la edad en la que descubre los genitales como partes integrantes del cuerpo, y lleva a ellos sus manos cuando se le cambian los pañales o se le quitan las ropas para el baño (figs. 68 y 70).
Si bien para explorar las habilidades manuales del niño de este trimestre puede trabajarse sobre la camilla, es muy conveniente sentarlo en una sillita confortable, frente a una mesa adecuada a su altura, donde se ubican sucesivamente los juguetes que se le ofrecen. No se pretende, en el curso de un examen neurológico de maduración, que el pediatra someta al niño a tests como el de Gesell, de Denver, o de Brunet-Lézine. Pero debe saber qué objetos conviene ofrecer al niño e interpretar su actividad manual y los rasgos fundamentales de su conducta.
A esta edad el lactante sólo se interesa por objetos relativamente grandes; resultan especialmente adecuados un cubo de unos tres centímetros de arista y un aro de plástico rígido de no más de diez centímetros de diámetro. El niño dirige al objeto sus manos excesivamente abiertas, con los codos hiperextendidos, y no lo atrapa por arriba, sino efectuando un movimiento de barrido sin predominio radial ni cubital: el “grasping” (figs. 90 y 91). Irá madurando paso a paso y perfeccionando la prensión hasta lograr, a fines de la etapa que nos ocupa, una pinza radial inferior en la que se insinúa ya la utilización del pulgar, aunque aún no hay clara oposición.
Entre los seis y siete meses todo objeto asido es transferido de una a otra mano en un juego incesante, sólo interrumpido por la aproximación del objeto a la boca, donde se enriquecerá su conocimiento a través del tacto oral.
Proyectando al niño en el aire con la cara hacia la mesa, responde en esta etapa en una excelente y eficaz reacción de paracaídas; si no lo hace de primera intención, lo hará tras una breve práctica (figs. 71 y 72). Aterrizado en decúbito ventral sobre la mesa de examen, la elevación de la cintura escapular contrastará con el aplanamiento de la cintura pelviana. Los miembros inferiores, a los seis o siete meses, están francamente extendidos. La palanca constituida por los superiores permite despegar progresivamente el tórax del plano de apoyo hasta lograr mantenerlo, hacia los ocho o nueve meses, casi tan erecto como la cabeza (fig. 73). Es a esa edad cuando los miembros superiores adquieren capacidad de desplazamiento. Aún antes de que el niño pueda desplazarse es posible descubrir este progreso mediante la maniobra de “la carretilla”: elevando al pequeño por sus piernas e impulsándolo suave y firmemente hacia adelante, el niño efectuará movimientos alternados con sus miembros superiores como para caminar con sus manos (fig. 74). Poco después, comenzado el dominio sobre los movimientos de los miembros inferiores, el cuerpo todo acompaña a los superiores en sus desplazamientos voluntarios. Lo hace reptando; o bien despegando del suelo, flexionados y apoyados sobre las rodillas los miembros inferiores; o extendiéndolos para apoyarse sobre los pies, semejando el andar de un oso (fig. 75). Algunas veces el niño aprende a desplazarse sentado y no practica un verdadero gateo.
No es frecuente que el niño alcance plenamente cualquiera de estas formas de desplazamiento hasta el fin del tercer trimestre. Pero es durante este trimestre cuando va desarrollando las habilidades equilibratorias que le capacitarán para abordar el espacio circunvecino.
Mantenido erecto, el niño de seis meses responde con firme reacción de apoyo, un poco adducidos los miembros inferiores; no necesita ampliar su base de sustentación porque en realidad está sostenido por el observador. Es notoria la conciencia que el niño adquiere de la nueva posición, de la posibilidad de mirar cara a cara a la gente, del contacto de las plantas de sus pies contra el plano firme. El interés por sus pies lo lleva a flexionarse para verlos, y a inclinarse para tocarlos; en posición erecta, todavía a esa edad no usa las manos como elementos de sostén. También parece ser consciente de estar a merced de la gravedad, pues se apresta a defenderse de las caídas desarrollando un ágil paracaidismo; rara vez cae hacia atrás, lo cual es muy favorable, pues aún no sabe caer sentado (fig. 76).
Los frecuentes derrumbes que interrumpen la reacción extensora de los miembros inferiores son utilizados muy pronto para un juego corporal, durante el cual alternan rápida y sucesivamente la extensión y la flexión, al que André-Thomas denominó “juego del saltarín”; pero pronto también este juego es olvidado, y el mantenerse en pie deja de ser un acto consciente para convertirse en un automatismo.
La próxima adquisición postural del niño será mantenerse erecto con sostén propio, aferrado con sus manos a personas o a muebles, pero sin necesidad de ser sostenido. Esta habilidad la ejercita en torno a los ocho o nueve meses, utilizando los apoyos a su alcance: la cuna, el corralito, las sillas con barrotes, las patas de la mesa, etc. (fig. 77).
El lenguaje en esta etapa continúa siendo corporal y reflejo. A los seis meses, abandonando la rica vocalización de la etapa anterior, ensaya fundamentalmente sonidos linguo-dentales: tatatá, dadadá, nenene; a los nueve meses, deja escuchar, particularmente cuando llora, sílabas francamente labiales, sobre las que se compaginarán poco después sus primeros condicionamientos. De esta manera los indiferenciados mamamá y papapá, irán adquiriendo valor de símbolos: mamá y papá.
Pese a no tener aún lenguaje expresivo consciente, es notorio que el niño del tercer trimestre ha entrado ya en comunicación fluida con el ambiente de su familia y que capta aun matices de voz, a los que reacciona adecuadamente. A su vez, por medio de gestos y movimientos, se expresa con un lenguaje corporal y gestual que no tardará en ser enriquecido y luego reemplazado por los primeros balbuceos del lenguaje oral.