De sus hijas
Nace en 1920 y fallece en 1980, tenía poco más de 59 años. Su infancia y adolescencia
transcurren en el campo, en Mercedes, Provincia de Buenos Aires. En el Colegio Nacional
de esa ciudad conoce a quien será su esposo y compañero de toda la vida: Jacobo Coriat,
con quien tiene tres hijas. Alentada por su tío abuelo materno —el Dr. Gregorio Bermann,
pionero en la psiquiatría argentina y latinoamericana— Lydia decide estudiar medicina.
Se anota entonces en la U.B.A., por lo que pasa a vivir en alguna pensión de Buenos
Aires. Su padre fallece a poco de comenzar sus estudios y pese a las grandes dificultades
económicas de la familia continúa y termina sus estudios, con el apoyo incondicional
de su madre y hermanos. En marzo de 1944 su madre, que debe continuar en Mercedes,
le escribe una carta: Respecto a ti y a tus andanzas de casa en casa, con los libros y el bagaje a cuestas,
ya sé que atrasa y hace más pesado el estudio. Por eso todo mi anhelo y mis actividades
convergen hacia estar junto a ustedes para facilitarles en lo posible las tareas
(…) proporcionándoles todo lo necesario para evitarles preocupaciones
(…) entre tanto estudia tranquila y ten fe en el triunfo
…
De su trayectoria y logros profesionales, damos cuenta con sus propias palabras:
Usted que los conoce, díganos, ¿cómo son estos chicos?, ¿qué pueden llegar a hacer
cuando sean grandes?
Cuando los padres de algún chiquito con Síndrome de Down formulaban esta pregunta
a la Dra. Coriat, ella pocas veces podía ocultar su violencia al responder: ¡Estos chicos
[en un plural que los generaliza] no existen
!, y se dulcificaba al continuar: Existe su hijo, existe este chico, que será distinto a todos los demás porque en ningún
lugar está dicho cómo será el futuro de ninguna persona, ni normal ni mongólica
. Y continuaba: Yo no sé, nadie sabe, a dónde llegará este niño
. Al decir esto dejaba vacío un lugar en su saber, y al no pretender llenarlo con
el conocimiento de los prejuicios (populares o “científicos”) acerca de cómo debe
ser un mongólico, dejaba el lugar para que ese espacio se llenara de acuerdo a los
deseos de los padres, produciendo un niñito único en el mundo.
En el Prefacio de su libro Maduración psicomotriz en el primer año del niño1, la Dra. Coriat escribe: Después de graduados recorrimos durante algunos años el amplio campo de la pediatría
clínica. Luego, paso a paso, nos encaminamos hacia la neuropediatría. Discípulos de
Florencio Escardó, conocimos el contexto altamente estimulante de su equipo médico
de la Sala XVII
[del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez] del que formamos parte de 1956 a 1959. A diario, en cada examen, en cada comentario
o lectura nos fue dado descubrir con deleite el proceso del crecimiento y maduración
del hombre y su expresión a través de las conductas de los niños. Con ese deslumbrante enfoque
los enfermitos perdían su condición de objetos de estudio, de “casos clínicos” y volvían a
ser enteramente niños.
Esa Sala XVII, cuyo jefe era el Dr. Florencio Escardó, fue uno de los lugares principales en los que se gestó lo que es hoy la particular pediatría argentina: una de las mejores del mundo, clínica en la que los pediatras no sólo tienen en cuenta las cuestiones estrictamente médico-orgánicas sino el conjunto de factores que intervienen en la vida de un niño. Ese fue el semillero inicial en la formación de la Dra. Lydia Coriat.
La Dra. Silvia Wasertreguer, quien ingresó a la Sala XVII muy poco después, a su vez
testimonia: Con ella
—se refiere a la Dra. Lydia Coriat— aprendí un modelo de pediatría que respetaba al niño como persona y tomaba en cuenta
a su familia y a su entorno económico y social. Cuando me recibí y realicé la residencia
en clínica pediátrica pude comprobar la enorme trascendencia de su aporte como profesional
y como persona
.
Al Hospital de Niños de Buenos Aires le cabe el honor de haber sido tal vez el primer lugar en el mundo donde, en la década del 60, se ideó y se puso en marcha una nueva disciplina: la Estimulación Temprana.
En 1970 la Dra. Coriat le escribe una carta al Director del Hospital de Niños, donde dice:
En 1960 me interesé por el problema del Mongolismo y obtuve una beca del CNICT para investigar diversos aspectos de la afección. En esa época trabajaba en la sala 18, desde cuyo Consultorio Externo hice mis primeros estudios de investigación clínica.
Apenas el cuerpo médico se enteró de que en alguna parte se estudiaba Mongolismo, los pacientes afluyeron en masa, porque los profesionales se encontraban desvalidos frente a la afección de sus enfermos o de sus familiares. Yo también.
Me sentía culpable de recibirlos con sus ansiedades y sus angustias, obtener los datos necesarios para mi investigación, y dejarlos ir sin ayudarles. Ni la reeducación clásica, ni las medicaciones habituales, evitaban el profundo deterioro de la mayoría de estas criaturas.
Durante mis primeros tanteos al margen de las medicaciones habituales, fue una enferma determinada, Chichí, quien encendió una luz que me mostró el camino: niña de dos años, moderadamente afectada, sin complicaciones que agravaran el cuadro, hija de un hogar que se preocupaba eficazmente por ella y la rodeaba de afecto, fue la primera de mis pacientes que en el curso de seis meses, en lugar de bajar su cociente intelectual como era lo habitual, subió 20 puntos: de 55 a 75. ¿Cuál era la diferencia con los otros niños? Que estuvo en manos de una psicóloga, y no de una reeducadora fonética o motriz exclusivamente.
Aún a riesgo de efectuar deducciones apresuradas, comencé a enriquecer los conocimientos de una colaboradora fonoaudióloga [se refiere a Ana María Fiondella], dotándola de nociones de psicología evolutiva para repetir en nuestro Hospital la experiencia, y los primeros resultados fueron alentadores.
Como muchos niños mongólicos llegaban a mis manos deteriorados psíquicamente, sus familias perdida toda la fe y la esperanza, y resultaba inoperante el tratamiento, elaboré a lo largo de los años una técnica propia, que transmití a mi reeducadora, para iniciar el trabajo desde lactantes.
Desde el primer momento colaboró conmigo el Dr. José Waksman, verificando los niveles de maduración de los niños y aportando sus conocimientos psicoanalíticos para la mejor interpretación de la dinámica de su personalidad.
Los resultados fueron superiores a lo esperado, y nos obligaron a aceptar la colaboración de varias reeducadoras que desinteresadamente vinieron a trabajar con nosotros, aprendieron la metodología y la enriquecieron con sus aportes.
Poco después la experiencia en lactantes mongólicos se hizo extensiva a toda clase de lactantes con retardo de maduración, y desde el Servicio de Neurología se encaró un nuevo aspecto de la terapéutica: el tratamiento activo de procesos generalmente considerados no tratables, logrando excelentes resultados a través de la estimulación temprana.
Volviendo al Mongolismo: Nuestra progresiva afirmación hizo que las madres recibieran apoyo, aprendieran a conocer a sus hijos ayudándoles mejor, y miraran el futuro con menos temor. Los controles periódicos de su evolución les mostraban en cifras el progreso de sus hijos; el Mongolismo dejó de ser, para muchas de ellas, un fantasma detestable, para pasar a ser un problema, en parte solucionable.
El trabajo en marcha fue presentado en las Jornadas Argentinas de Pediatría de 1964, en Mar del Plata, interesando sobremanera al público pediátrico. (...)
Constantemente recibo desde el exterior pedidos de noticias sobre la marcha del trabajo y la evolución de los niños tratados con estimulación temprana, y supervisados ulteriormente por el equipo. (...)
Mientras tanto, muchos de los primeros niños mongólicos tratados por mí desde pequeños, pasaron con éxito por jardines de infantes de niños sanos, y llegaron a la edad escolar. Algunos pudieron asistir a Institutos privados, en los que continuamos la supervisión.
En la Provincia de Buenos Aires entraron sin restricciones a las Escuelas Diferenciadas estatales, escalando más pronto que lo habitual los primeros preparatorios.
En la Capital, la Dirección General de Enseñanza Diferenciada, por primera vez en su historia, abrió sus puertas vedadas hasta ahora a los mongólicos, ante la evidente realidad de niños con cocientes superiores a 60, hecho excepcional hasta entonces.
La Dirección de Enseñanza Diferenciada de la Provincia de Buenos Aires, reconociendo la diferencia básica de la personalidad de estas criaturas cuando son educadas precozmente, me solicitó que con colaboradoras fonéticas y psicológicas les asesorara en la confección de planes y programas para jardines de infantes para niños deficientes de 2 a 5 años.
En 10 años he visto más de 1500 familias sacudidas por el nacimiento de algún niño mongólico. Estamos siguiendo aproximadamente 1000 de estos niños, la mayoría de Buenos Aires y alrededores, y algunos de provincias alejadas.
Interrumpimos aquí el relato para contextualizar lo que sigue: Un buen día, por una resolución de la dirección del Hospital se crea el Servicio de Psicología Preventiva. A partir de ahí, los psicólogos que formaban parte del equipo interdisciplinario que trabajaba en la Sala XVIII debían pasar a depender del nuevo Servicio, o sea, se desbarataba el equipo que ya estaba funcionando. La carta que estamos leyendo fue para fundamentar ante el Director del Hospital la necesidad de seguir sosteniendo su funcionamiento, como hasta entonces.
Continuamos:
El Hospital me brindó su apoyo en el sentido de que pude trabajar bajo su techo y en su nombre, pero las condiciones en que se encontraba me obligaron a buscar colaboradores paramédicos de fuera del Hospital y trabajar para formarlos en la tarea específica, en todos los casos. No hubo psiquiatra que en esos años se interesara por el Mongolismo, salvo, naturalmente, el Dr. Waksman que me ayudó hasta hoy en forma totalmente desinteresada. Al Hospital no le costaron nada esos miles de horas calificadas que ayudaron a enriquecerlo y a prestigiarlo.
La tarea está por culminar, pero la culminación no significa para mí presentar un trabajo científico a un congreso internacional, cerrar el consultorio donde se atienden en equipo estos niños, y dedicarme a atender los que puedan ir a mi práctica privada.
Culminación significaría ampliar las posibilidades de trabajo a través del difícil entrenamiento de más personal, del asesoramiento psicológico y psiquiátrico, del diálogo diario con los médicos sobre este problema, como lo he venido haciendo hasta hoy. (...)
El trabajo sobre el tema se verá severamente afectado (…) Me pregunto si hay razón para interrumpir, a plazo perentorio, una experiencia como ésta, única en el mundo, que ya lleva años de evolución, en la cual tienen puestos los ojos muchos técnicos y científicos del exterior, que beneficia, evidentemente, a centenares de niños de nuestro país, y que no ha costado ni seguirá costando nada a nuestro Hospital. (...)
La poliomielitis en un Roosevelt, impulsó la investigación en la enfermedad hasta los niveles actuales. La Deficiencia Mental en una niña Kennedy, creó la Fundación de ese nombre e hizo financiar e impulsar la investigación hasta altos niveles.
Tal vez quien comprende en sus fibras más íntimas el Mongolismo a través de Chichí, encuentre alguna forma para que nuestro Hospital mantenga el equipo, que recién ahora alcanzó la madurez necesaria para presentar sus experiencias y elaborar planes fundamentales. Ojalá se evite su dispersión y la de los enfermos que se atiende.
Profundamente preocupada
Lydia F. de Coriat
En esa oportunidad, de una forma o de otra, el obstáculo se pudo resolver. El equipo siguió trabajando en el Servicio de Neurología durante 6 años más; pero con la intervención de la dictadura militar los obstáculos se convirtieron en insuperables desde todo punto de vista. La Dra. Coriat se vio obligada a renunciar al Hospital de Niños, simultáneamente con la expulsión de un gran número de excelentes profesionales.
Mientras tanto, en 1971 funda el Centro de Neurología Infantil, sobre la base del mismo equipo interdisciplinario que trabajaba en el Hospital. Desde 1980, año en que fallece la Dra. Coriat, el Centro lleva su nombre, en homenaje a ella. Y no sólo en homenaje, también por la decisión del equipo de continuar avanzando en el trabajo clínico y la producción teórica que ella emprendiera.
De aquella primera época ha quedado sentado hasta el presente, la imprescindible necesidad de un equipo interdisciplinario, tanto para la clínica de bebés como para la de niños con problemas del desarrollo. También la necesidad de un diagnóstico médico lo más preciso posible y la de conocer —por parte de todos los profesionales que trabajen con bebés y niños pequeños, no sólo los médicos— el desarrollo neurológico de la primera infancia.
En cuanto a la psicología y el psicoanálisis —la Dra. Coriat es explícita en su carta— estuvieron presentes desde el principio como herramienta clave. Lo que quedó sentado desde ese entonces es la importancia de conocer el desarrollo evolutivo del niño en todas sus áreas. Quien trabaje con niños y con bebés debe tener un panorama amplio y preciso de la infancia en general y de cada momento en particular.
Desde sus comienzos, también fue amplia y constante la tarea de transmisión de lo que se iba descubriendo y la tarea de formación de profesionales. La Dra. Coriat y su equipo eran invitados a dar conferencias y cursos en los más diversos lugares del país y del extranjero.
Ya cerca del final, otra cita que le pertenece:
Equipo es una palabra mágica.
Significa comunicación interpersonal entre sus integrantes; líneas de trabajo convergentes o paralelas; objetivos comunes. Necesidad de aportar conocimientos al grupo y recibirlos de él.
Significa por tanto enriquecimiento constante, potenciación recíproca, competencia sana; superación sobre la base de resolución de conflictos internos.
Un profesional fuera de todo equipo, tarde o temprano se torcerá, como la caña que crece fuera del cañaveral.
Que el nombre de la Dra. Lydia Foguelman de Coriat esté presente en una institución que se dedica a la atención de bebés y de niños pequeños en la Provincia de Buenos Aires es muy coherente con aquello a lo que se dedicó durante gran parte de su vida y seguramente el lugar en que le hubiera gustado ser recordada2.
Elsa, Silvia y Haydée Coriat
- Lydia Foguelman de Coriat: Maduración psicomotriz en el primer año del niño, pág. XI/XII, Ed. Hemisur, Buenos Aires, 1974. (Edición en portugués: Maturação psicomotora no primeiro ano de vida. Ed. Cortez Moraes, San Pablo, Brasil, 1977)
- Con el título “Lydia F. de Coriat – Una breve reseña”, este texto ha sido elaborado por Elsa, Silvia y Haydée Coriat sobre la base de recuerdos personales, documentos encontrados entre los papeles de la Dra. Lydia Coriat, las citas mencionadas y el recorte de algunos capítulos del libro El psicoanálisis en la clínica de bebés y niños pequeños, de Elsa Coriat, Ed. de la Campana, Buenos Aires, 1996. Este texto fue escrito en oportunidad de la imposición del nombre de nuestra madre al Centro de Estimulación Temprana (CEAT) Nº 1 de la localidad de Benito Juárez, Pcia. de Buenos Aires. Cabe señalar que otras 5 instituciones llevan su nombre: Escuela de Educación Especial N° 5 de Resistencia, Chaco; Gabinete Materno Infantil de la Escuela de Educación Especial N° 27, D.E. 18 de C.A.B.A., Escuela de Educación Especial de Córdoba, capital; Escuela Especial N° 004 de Cipolletti, Rio Negro; y CEAT N° 1 de la Ciudad de Mar del Plata.