De Silvia Coriat*
¿Qué significa para mí la reedición, ahora digital, de este libro, presente en bibliografías de estudio y en trabajos científicos? Ante todo, cumplir con una antigua asignatura pendiente. Agotado hace décadas, circulan copias de copias en las cuales es posible acceder con dificultad al texto, pero imposible a sus 108 imágenes, parte medular de los contenidos.
Significa a la vez, y a través de lo que el propio libro brinda, dar cuenta de principios éticos y científicos que me marcaron profundamente e incidieron en mi camino de vida y profesional.
Este libro da cuenta de cómo lo físico y lo psíquico se entrelazan en la constitución del sujeto. La manera en que fue concebido remite al ser y el hacer de mi madre: su manera de combinar formación científica con sentido común; de poner en juego principios y conceptos desde una mirada interpretativa y crítica de la realidad; su curiosidad, focalizada en cómo se constituyen y se manifiestan bebes y niños. Un manifestarse expresado desde la presencia concreta del pequeño como sujeto en construcción, indisociable de su expresión física. Indisociable también de la oferta de comunicación, sostén o guía que recibe.
Mi tarea, en tanto arquitecta, se centra en el análisis de la incidencia del entorno físico y humano en el desarrollo de grupos e individuos. El útero materno es el primer hábitat, físico y humano a la vez. Al nacer el bebé, su nuevo hábitat le brinda la contención posible con los brazos, el seno materno, el regazo, entrelazados con la mirada, la voz, aromas, el contacto de piel. El hábitat (con cuna, habitación, casa, barrio…y mamá, familia, otros…) gradualmente se constituye en un andamiaje de sostén y guía cada vez más abierto. Es, siempre, tanto humano como físico.
En mi propia construcción intelectual hay un hilo conductor que, independientemente de la escala, de la magnitud y complejidad de los espacios urbanos o edilicios en estudio, ancla en ese embrión de hábitat físico y humano. Empatías y actitudes —ideológicas, sociales, profesionales— se reflejan en la concepción de los espacios habitados y se proyectan en los habitantes, quienes perciben espacios cálidos u hostiles, espacios que abren o cierran puertas.
Otra marca fuerte de mi madre es su respeto por cada niño, con sus propios atributos, independientemente de su cercanía o distancia a parámetros de normalidad. Ese rasgo genuino de ella, me induce a observar y comprender múltiples lógicas de movimiento, uso y apropiación de los espacios, por parte de personas hoy denominadas “con discapacidad” o, parafraseándolas a ellas mismas, “discapacitadas por la sociedad”.
Dejar abierta la incertidumbre respecto de hasta dónde puede llegar un niño abre el desafío de apostar a una vida lo más plena posible. Lo mismo sucede en el terreno del diseño. Abrirse a las incertidumbres que generan las múltiples lógicas de uso del espacio abre desafíos para generar un hábitat más rico y anfitrión.
Silvia A. Coriat, abril de 2017.